domingo, 15 de diciembre de 2013

LA REPÚBLICA



Con la caída de la monarquía, la sociedad romana hará frente a nuevos retos y entrará en el juego internacional por el control del Mediterráneo. El periodo republicano marca, en gran medida, el devenir de la historia posterior puesto que este es el momento en que Roma termina por erigirse como gran potencia dominando la totalidad del Mare Nostrum. 
La desaparición de la institución monárquica condiciona la necesidad de reorganizar el funcionamiento de la ciudad. Así, los poderes del rex fueron transmitidos al rex sacrorum en lo que respecta a la religión y a las magistraturas con imperio. El patriciado monopolizaría la vida pública a través de su participación en el Senado (órgano con auctoritas sobre cualquier decisión pública) y las Magistraturas, electivas, temporales y colegiadas, que organizaban los aspectos ejecutivos, civiles y militares del Estado.
Poco tiempo después de la instauración de la República, estalla el “Conflicto Patricio-Plebeyo” (494 – 287 a.e.) en que la plebe se enfrentará a los aristócratas por tres motivos fundamentales: el acceso de los plebeyos al poder político y religioso, el reparto del ager publicus y la supresión de la dependencia por deudas o nexum. El conflicto se caracteriza por  las secessio, entre las que cabe destacar la del 494 a.e., cuando se crea la Concilia Plebis, o la del 471 a.e., cuando se crea el Tribunado de la Plebe (magistratura con poder de auxilium e intercessio, personaje inviolable y sacrosanto) y a los ediles plebeyos. Asimismo, se codifica el derecho consuetudinario a través de la Ley de las XII Tablas (450 a.e.) y se promulgan toda una serie de leyes, como la Canuleya o las Licinio-Sextias. Finalmente, la lex Hortensia (287 a.e.), pondrá fin al conflicto al marcar el carácter prescriptivo de las decisiones tomadas por los Comicios Tribados, ratificando la disposición del 449 a.e. de las leyes Valerio-Horacias.

Paralelamente, Roma iba imponiéndose como gran potencia de la península Itálica desde la invasión de los galos del 390 a.e. que causó graves daños a la ciudad. Roma se hizo con el control en el Lacio tras la guerra latina de la primera mitad del siglo IV a.e. A continuación, se dispuso a expandir su dominio por medio de las guerras samníticas en las que destaca la humillante capitulación romana de las Horcas Caudinas (321 a.e.) y la batalla de Sentinum (295 a.e.) que marcó el curso de la contienda, que finalizará cinco años después. Poco después estalla la guerra contra los galos (284 – 283 a.e.) y la guerra en la Magna Grecia (en la que participó el rey Pirro de Epiro), que finalizó en el 272 a.e. con la capitulación de Tarento tras la batalla de Maleventum/Beneventum tres años antes. Tras la conquista del territorio peninsular se procedió a la ordenación del territorio mediante unos procedimientos básicos: la creación de colonias romanas, la organización de la población itálica en socii latinos, ciudades que gozaban del ius latii, y aliados itálicos (que estaban obligados a prestar ayuda militar a Roma por medio de la fórmula togatorum).

En el siglo III a.e. estalla un conflicto que marca el triunfo de Roma como potencia hegemónica en el Mediterráneo occidental: las Guerras Púnicas (264 – 146 a.e.). La primera de estas contiendas (264 – 241 a.e.) se saldó con la victoria romana en las islas Égates, tras la que los cartagineses se vieron obligados, entre otras condiciones,  a abandonar Sicilia y las islas adyacentes que pasaron a manos romanas. A continuación, Roma anexionó Sicilia, Córcega y Cerdeña que fueron convertidas en provincia. Los intereses económicos hicieron que Roma buscase aumentar su dominio hacia el mar Adriático, con las guerras ilirias (229 – 219 a.e.), y la Galia cisalpina (225 – 222 a.e.).

Comienza unos años después la Segunda Guerra Púnica (218 – 201 a.e.) en la que los romanos tendrán graves problemas para imponerse a Aníbal, que logra importantes victorias sobre Roma, hasta la aparición de Publio Cornelio Escipión que promoverá un giro en la contienda desde el 210 a.e. Expulsa a los púnicos de Hispania en el 206 a.e. y logra la victoria sobre Aníbal en la batalla de Zama del 202 a.e., lo que le vale el sobrenombre de “Africano”. Paralelamente a esta guerra, se desarrolla también la Primera Guerra Macedónica (215 – 205 a.e.) que concluye con la firma de la paz de Fénice con Filipo V de Macedonia.

A partir de entonces, Roma iniciará lo que los investigadores denominan “imperialismo romano” en dos frentes: Hispania y el Mediterráneo oriental. Por lo que respecta al frente oriental, se inicia la Segunda Guerra Macedónica (199 – 197 a.e.) que finaliza con la paz de Tempe y la solemne proclamación de la “liberación” de Grecia en el 196 a.e. Dándose cuenta de que dicha libertad encubría el arbitraje romano en territorio heleno, se inicia una nueva campaña contra Nabis de Esparta en el 195 a.e. En el 191 a.e., la liga etolia pide ayuda al sirio Antíoco III contra la injerencia romana, pero el rey es derrotado en las Termópilas y en Asia, viéndose obligado a firmar la paz de Apamea (188 a.e.) que significó la desaparición de Siria como potencia mediterránea. Esta paz adquiere una importancia capital puesto que “debilitado Egipto y vencidas Siria y Macedonia, las relaciones políticas del Oriente mediterráneo, basadas en el equilibro de estos tres grandes reinos, experimentaron un sustancial cambio”. En el 171 a.e. estalla la Tercera Guerra Macedónica que finaliza con la Batalla de Pidna en el 168 a.e. tras la cual se impone una política de reorganización de Oriente con un marcado intervencionismo romano que no afecta sólo a Macedonia o Epiro, sino a Grecia, Rodas, Pérgamo, Siria y Egipto. Una nueva sublevación en Macedonia fue aplastada en el 148 a.e., que pasó a ser provincia romana, y un enfrentamiento entre la liga aquea y Esparta se saldó con la destrucción de la liga y de la capital federal, Corinto, en el 146 a.e.
En cuanto al Mediterráneo occidental, se produce la conquista y ocupación de la Galia cisalpina y de Liguria. En cuanto a la península Ibérica, Roma encontró una fuerte resistencia indígena que dificulta la conquista y fuerza a dividir los territorios ocupados en dos provincias: Hispania Citerior e Hispania Ulterior (197 a.e.). Sin embargo, estallan guerras contra lusitanos y celtíberos que se irán solucionando con la muerte de Viriato en el 139 a.e., por lo que respecta a los primeros, y la toma de Numancia por Publio Cornelio Escipión Emiliano en el 133 a.e., en cuanto a los segundos. Así, Roma logra extender su dominio sobre la mayor parte de la península, salvo por la cornisa cantábrica. Estalla en el 149 a.e. la Tercera Guerra Púnica, tras la declaración de guerra de Cartago a Numidia (151 a.e.), que se saldará con la destrucción de Cartago en el 146 a.e. a manos de Escipión Emiliano y la conversión del territorio en la provincia de África.


El expansionismo romano tuvo efectos negativos sobre las estructuras sociales del Estado que iniciaron el periodo de crisis de la República, en el siglo I a.e., caracterizado por la inestabilidad social, la necesidad de reformar el ejército y la crisis política que se polariza en optimates y populares. En el 133 a.e. accede al tribunado Tiberio Sempronio Graco cuya actuación dinamita la política posterior: propone una reforma agraria donde el ager publicus se reparta en lotes iguales e inalienables y para llevarla a cabo acaba con el carácter sacrosanto del tribuno de la plebe y descubre la total soberanía de los Comicios Tribados, ya que no es prescriptivo el visto bueno senatorial. Diez años después, su hermano Cayo Graco promoverá grandes reformas en el seno romano, como la lex frumentaria, la lex militaris o la lex iudicaria. También promovió la rogatio Sempronia de sociis et nomine Latino para otorgarles la ciudadanía romana aunque el proyecto no fue aprobado y Cayo moriría en el 121 a.e.
La muerte de los Graco dejó un clima político de violenta oposición entre los optimates, férreos defensores del poder senatorial, y los populares, defensores de la reforma cuyo escenario eran los Comicios tribados. En este contexto estalla la cuestión de Yugurta (116 – 104 a.e.) donde aparece el popular Mario, homo novus elegido cónsul en el 107 a.e. que promueve la profesionalización del ejército romano. Vence también a cimbrios y teutones entre el 102 y el 101 a.e. siendo saludado como nuevo fundador de Roma y padre de la patria. Se resuelve también en esta época la cuestión de la ciudadanía de los pueblos itálicos (91 – 88 a.e.) por la Lex Plautia Papiria (ciudadanía a los itálicos) y la Lex Pompeia (da el ius latii a la Galia cisalpina).
En el contexto de la contienda contra Mitrídates del Ponto, el cónsul optimate Sila decide marchar contra Roma en el año 88 a.e. y toma unas medidas de emergencia, volviendo posteriormente a la contienda asiática. Sin embargo, Cinna decide impulsar un nuevo golpe de Estado que le valdrá el gobierno de Roma durante tres años (86 – 84 a.e.). Sila regresa victorioso de las campañas orientales y se instaura en Roma como dictador en el 82 a.e., iniciando un proceso de represión (proscriptiones) de los enemigos y la denominada “Constitución silana” basada en la reforma del Estado con el fortalecimiento del Senado y el bando optimate. A comienzos del 79 a.e. Sila abandona la política muriendo un año después.

Tras la dictadura de Sila, la debilidad de la República permitía el ascenso de un régimen autocrático militar con alzamientos como la conjura de Lépido (78 a.e.), la rebelión de Sertorio (80 – 71 a.e.) o la revuelta servil de Espartaco (72 – 70 a.e.). Emerge en este contexto Pompeyo que recibe poderes extraordinarios para solucionar el problema de la piratería y la Guerra del Ponto. La lucha de poderes en Roma se suavizó con la instauración del “Primer Triunvirato”, en el 59 a.e., en el que participaron Pompeyo, Craso y César, aunque las desavenencias entre éstos no tardaron en aparecer y desembocó en una Guerra Civil tras la concesión en el 49 a.e. de poderes extraordinarios a Pompeyo. César cruzará el Rubicón dando inicio a cuatro años de conflicto que finalizarán tras la batalla de Munda en Hispania. Julio César permanece como único poder en el Estado, siendo elegido como dictador vitalicio y emprendiendo una serie de medidas que buscan transformar el sistema republicano: reorganiza la justicia, el Senado, la administración, funda colonias, etc.

Tras el asesinato de César en el 44 a.e., puso el poder en manos de Marco Antonio, Lépido y Octavio, que conformarían el “Segundo Triunvirato” en el 43 a.e. Sin embargo, los recelos entre ellos afloraron pronto y Octaviano se hizo con el poder absoluto tras derrotar a Marco Antonio y Cleopatra en la batalla de Accio, 31 a.e. Esta batalla sella el fin de la República y inicio del gobierno en solitario de Octaviano que, en el 27 a.e., recibiría el título de Augusto.

Esperamos que os haya sido de utilidad y volváis a visitarnos Junto al Tíber.


1 comentario:

  1. Genial síntesis de la historia de la República romana...una pena que no hubieras hecho el blog años antes, hubiera sido una excelente fuente para completar mis apuntes!!
    Sigue así y volveré a verte...Junto al Tíber.
    :)

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